El entusiasmo. Precariedad y trabajo en la era digital
Remedios Zafra
El siguiente texto es un capítulo extraído del libro El entusiasmo de Remedios Zafra cedido por su autora tras unas conversaciones posteriores a su ponencia en Diálogos 2022, organizados y celebrados en la EASD València.
Le venden ácido hialurónico en las gotas para los ojos y en las cremas para su piel. Su tersísimo rostro podría reflejar la cámara que la grave y su sonrisa ganar un record de permanencia. Estrena ropa de mala calidad con frecuencia. Siempre ropa barata pero con estilo, para pobres y hecha por pobres Come va con un extra de mala consciència punto habla despacio y me infantiliza. Dice que le importo y me trata con efecto infinita paciencia. Si el insulto se calla. Si le ignoro me espera. Me enseña alemán y francés en cursos de vídeo y a distancia; me vende un nuevo dispositivo móvil, un plan de llamadas XXL y un préstamo al 3%, mientras escribe una novela. Sibila me evalúa y yo la evalúo a ella, del 1 al 10. En uno de sus ojos asoma una ramita que muestra el inconformismo de lo que no debiera ser, pero casi nadie la ve. Ella se esfuerza por ser amable y se muestra extremadamente servicial. Afirma que confía en mí. Me pide que la puntúa y me da las gracias constantemente. Termina sus frases con «muy bien, enhorabuena» o «es una placer atenderle». Siempre, siempre me sonríe.
Sibila (Sobre Sibila)
Sibila no es la niña, no es la madre, no es la amante, no es la anciana. Sibila es entusiasta y trabajadora. Su nombre es Cristina, María, Ana, Inés, Silvia, Laura…, incluso cuando es Jordi o Manuel, siempre está feminizada. En todos los casos, pongamos que su nombre es Sibila.
Sibilla tiene aspiraciones creativas y pocos recursos. Sibila no carga con épicas ni grandes relatos, si acaso con la expectativa que le permita romper un linaje de pobres. Lo cree posible porque Sibila es una persona de su tiempo, con muchas horas de estudio que siguen aumentando, y permanentemente conectada. Sibila aun cree que el sistema la ayudará y dedicará sus horas a trabajar y a buscar otros trabajo. Y los busca para en el futuro poder disponer de tiempo que le permita vivir y crear, y por fin dejara de buscar trabajo. La vocación es algo por lo que merece la pena luchar, piensa.
Cómo cambia de trabajo con frecuencia, muchos se refieren a Sibila como joven que empieza, pero ella ya no se siente joven ni siente ese impulso primero del que empieza. Otra cosa es que en cada comienzo procure darlo todo. A nadie más que a ella importa que quiera (deba o necesite, no está claro) combinar sus trabajos poco pagados con otros como voluntaria, colaboradora o activista, que ejerce de manera desinteresada o pagando por ello. No hay sueldo, pero sí entusiasmo, a veces agradecimiento y aplauso, otras símbolos que importan, satisfacción solidaria que punza, pero no alimenta.
En ocasiones, Sibila se queda paralizada frente a la pantalla difuminando lo que antes distinguía como prácticas diferenciadas. Piensa Sibila cómo mientras algunos logran convertir su afición (cómo pasión creadora) en un trabajo, Sibila siente que a ella se le tiene se le dice cada día que su trabajo creativo es una afición. Es decir, que debe contentarse con trabajar gratis.
A lo largo del día Sibila recibe decenas de mensajes automáticos entre los que espera encontrar algo que desencadene una posibilidad de escapar y lograr por fin una actividad motivadora y no caduca, algo que cortocircuito en la secuencia de temporalidad de ahora. Pero los mensajes que llegan están personalizados por robots y su nombre no es más que una palabra inserta en un campo de una base de datos. Cosa distinta es cuando Sibila recibe mensajes personales. Entonces se pone nerviosa, en un sentido positivo. Los identifica a golpe de vista. Hay algo en ellos que resalta como un brote verde en la hierba seca.
Casi siempre los mira como esas antiguas cartas en papel que ellas apenas conoció y que podían contener noticias importantes, palabras equivalentes a un beso o confirmaciones de noticias que esperan punto Sibila quiere ver en ellos algo que desea, imaginándolo mientras cierra los ojos, como quien se niega a mirar el número de un sorteo para mantener vivo el deseo del «puede ser». Después pasa rápido por ellos y los guarda en la carpeta de cosas pendientes para recuperarlos más tarde. La duda la hace sentirse viva de otra manera, en el tiempo que aguanta sin leerlos con detalle punto en ese intervalo imagina que esos mensajes contienen una «oportunidad de veras»; o mejor, un«reconocimiento sincero» de alguien que vio con detenimiento su trabajo y en algo le gustó. Cuando retoma esos mensajes comienza por autoengañarse. Pero cuando llega la lectura pausada encuentra lo de siempre: peticiones despersonalizadas de colaboración en proyectos de otros entusiastas que no conoce ni la conocen y que mantienen a todos (a ellos y a Sibila) en el mismo lugar de ahora. A veces (pero muy pocas veces) el día la sorprende y llegan otros mensajes que renuevan su entusiasmo sincero.
Desde que la red es lo que es, Sibila convive con personas que «siempre crean», trabajadores dóciles y creadores de evasión, personas que cambian sus trabajos por sueños e inventan profesiones con mayor o menor éxito del mundo a su audiencia. Otras que convierte en sueños en trabajos, y algunas que, sin sueños, medran en los trabajos, valiéndose para ello del negocio del entusiasmo fingido coma vacíos de sentido, recopilando números en finitos certificados que enfatizan su firma y sello y les posicionan en un mundo hipercompetitivo coma creando una imagen de vida falseada que para ir rápido precisa contabilizar las cosas.
Pretenciosos o apocados, los otros que son como ella padecen y suministran (paralelamente) todo tipo de experiencias propias y esterilizadas al mundo punto experiencias que reconfortan la autoestima, porque pronto los entusiastas aprenden que si quieres resistir el ritmo tecnológico de hoy, sus obras deben tratar sobre sí mismos. Quizá tenga que ver con que Sibila pase cada vez más horas frente a su ordenador y que esta máquina esté pensada para «unas manos» y «unos ojos», es decir, para ella como individuo. Tal vez ayude y sus redes están hechas de espejos donde su firma la persigue y la interpela sin descanso.
Probablemente no habría necesitado Sibila usar una tecnología tan hermosa, tan rápida y con mil opciones. Para trabajar le habría valido una algo más tonta y más fea, pero ya que tiene cientos de aplicaciones y por defecto sus máquinas y le reclaman actualización y descarga, las usa y les dedica tiempo y tiempo. No es trivial, además, si en su vida donada al trabajo y a las pantallas a menudo las máquinas son las únicas que le hablan y la llaman por su nombre. No causa extrañeza que Sibila fantasee con encontrar complicidad y respuesta en esas aplicaciones. Que se cuestione si pronto pueda preguntar a Google por sus preocupaciones personales. O si siendo amable quizá la máquina podrás fingir mayor empatía e inteligencia y podrá ayudarla a verse a sí misma, a valorar si mantiene el ritmo o por fin se para. Pero la corriente la lleva y en el fondo sabe que la máquina la piensa, pero que no necesariamente la ayuda a pensar. A estas alturas no está claro lo que Sibila cree, y si lo hace con pasión, pero en algún momento pensó que la creación era uno de los pocos territorios que proporcionaban pleno sentido a su vida sin embargo, hace tiempo que no produce obra porque anda preparado su vida para poder crear más adelante, con mejores condiciones, cuando logre un suelo más firme, un trabajo más largo, menos presión aquí, en la parte de arriba del estómago.
Es difícil que Sibila se dé cuenta de su vida porque no tiene tiempo para detenerse, para frenar la y advertir lo que pasa. Tampoco Sibila identifica claramente a los responsables de su deriva. Ni siquiera ve a los ricos que salen en la tele como los jefes que ella tiene, ni como los que mandan a los jefes de sus jefes, porque ha trabajado un sitio donde la movilidad era imparable y la cadena de nombres y cargos tan larga como invisibles quienes los ocupaban. La cosa no está clara, pero Sibila cree que, a diferencia de ella, sus jefes últimos siempre cobran punto mientras ella está al borde económico del abismo y de la dependencia familiar pero agarrada a su entusiasmo.